Vaticano, 20 de agosto de 2018 (Resumen literal).
«Si un miembro sufre,
todos sufren con él» (1 Co 12,26). Estas palabras de san Pablo resuenan con
fuerza en mi corazón al constatar una vez más el sufrimiento vivido por muchos
menores a causa de abusos sexuales, de poder y de conciencia cometidos por un
notable número de clérigos y personas consagradas. Un crimen que genera hondas
heridas de dolor e impotencia (...) Mirando hacia el futuro nunca será poco todo
lo que se haga para generar una cultura capaz de evitar que estas situaciones
no solo no se repitan, sino que no encuentren espacios para ser encubiertas y
perpetuarse.
1. (…) Con vergüenza y arrepentimiento, como comunidad eclesial,
asumimos que no supimos estar donde teníamos que estar, que no actuamos a
tiempo reconociendo la magnitud y la gravedad del daño que se estaba causando
en tantas vidas. Hemos descuidado y abandonado a los pequeños. Hago mías las palabras
del entonces cardenal Ratzinger cuando, en el Via Crucis escrito para
el Viernes Santo del 2005, se unió al grito de dolor de tantas víctimas y,
clamando, decía: «¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su
sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia,
cuánta autosuficiencia! [...] La traición de los discípulos, la recepción
indigna de su Cuerpo y de su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del
Redentor, el que le traspasa el corazón. No nos queda más que gritarle desde lo
profundo del alma: Kyrie, eleison– Señor, sálvanos (cf. Mt 8, 25)»
(Novena Estación).
2. (…) Si bien es
importante y necesario en todo camino de conversión tomar conocimiento de lo
sucedido, esto en sí mismo no basta.
(…) Soy consciente del esfuerzo y del trabajo que se realiza
en distintas partes del mundo para garantizar y generar las mediaciones necesarias
que den seguridad y protejan la integridad de niños y de adultos en estado de
vulnerabilidad, así como de la implementación de la “tolerancia cero” y de los
modos de rendir cuentas por parte de todos aquellos que realicen o encubran
estos delitos. Nos hemos demorado en aplicar estas acciones y sanciones tan
necesarias, pero confío en que ayudarán a garantizar una mayor cultura del
cuidado en el presente y en el futuro.
(…) Es imposible imaginar una conversión
del accionar eclesial sin la participación activa de todos los integrantes del
Pueblo de Dios. Es más, cada vez que hemos intentado suplantar, acallar,
ignorar, reducir a pequeñas élites al Pueblo de Dios construimos comunidades,
planes, acentuaciones teológicas, espiritualidades y estructuras sin raíces,
sin memoria, sin rostro, sin cuerpo, en definitiva, sin vida.
(…) El clericalismo, favorecido sea por los propios sacerdotes
como por los laicos, genera una escisión en el cuerpo eclesial que beneficia y
ayuda a perpetuar muchos de los males que hoy denunciamos. Decir no al abuso,
es decir enérgicamente no a cualquier forma de clericalismo.
(…) Todo lo que se realice para erradicar la cultura del
abuso de nuestras comunidades, sin una participación activa de todos los
miembros de la Iglesia, no logrará generar las dinámicas necesarias para una
sana y realista transformación.
(…) María supo estar al pie de la cruz de su Hijo (…) Con
esta postura manifiesta su modo de estar en la vida (…) buscando crecer más en
amor y fidelidad a la Iglesia. Ella, la primera discípula, nos enseña a todos
los discípulos cómo hemos de detenernos ante el sufrimiento del inocente, sin
evasiones ni pusilanimidad. Mirar a María es aprender a descubrir dónde y cómo
tiene que estar el discípulo de Cristo.
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