El
anuncio del Evangelio.
Resumen
literal del cap 3º (nn 111-175) de la Ex Ap del 24-XI-2013
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II. La homilía
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I. Todo el Pueblo de Dios anuncia el Evangelio
111. La evangelización es tarea de la Iglesia (…)
un misterio que hunde sus raíces en la Trinidad, pero
tiene su concreción histórica en un pueblo peregrino y evangelizador, lo cual siempre
trasciende toda necesaria expresión institucional.
112. (…) La Iglesia es enviada por Jesucristo
como sacramento de la salvación (…) colabora como instrumento de la gracia
divina que actúa incesantemente más allá de toda posible supervisión.
113. (…) Dios ha gestado un camino para unirse a cada uno de los seres
humanos de todos los tiempos. Ha elegido convocarlos como pueblo y no como
seres aislados. Nadie se salva solo.
115. Este Pueblo de Dios se encarna en los
pueblos de la tierra, cada uno de los cuales tiene su cultura propia (…) con legítima autonomía (…) y el don de Dios se
encarna en la cultura de quien lo recibe.
116.
(…) el cristianismo no tiene un
único modo cultural.
117. Bien entendida, la diversidad cultural no
amenaza la unidad de la Iglesia.
119. En todos los bautizados, desde el primero
hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu que impulsa a
evangelizar. El Pueblo de Dios es
santo por esta unción que lo hace infalible
«in credendo». Esto significa que cuando cree no se equivoca, aunque no
encuentre palabras para explicar su fe (…) Dios dota a la totalidad de los
fieles de un instinto de la fe —el sensus fidei— que
los ayuda a discernir lo que viene realmente de Dios.
120. En virtud del Bautismo recibido, cada
miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero (…) es un
agente evangelizador.
121. (…) Nuestra imperfección no debe ser una
excusa; al contrario, la misión es un estímulo constante para no quedarse en la
mediocridad.
123. En la piedad popular puede percibirse el
modo en que la fe recibida se encarnó en una cultura y se sigue transmitiendo.
124. (…) No está vacía de contenidos (…) Es «una manera legítima de
vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia, y una forma de ser
misioneros».
127. Hoy que la Iglesia quiere vivir una profunda
renovación misionera, hay una forma de predicación que nos compete a todos como
tarea cotidiana. Se trata de llevar el Evangelio a las personas que cada uno
trata, tanto a los más cercanos como a los desconocidos. Es la predicación
informal que se puede realizar en medio de una conversación (…) en la calle, en
la plaza, en el trabajo, en un camino.
130. El Espíritu Santo también enriquece a toda
la Iglesia evangelizadora con distintos carismas. Son dones para renovar y
edificar la Iglesia. No son un patrimonio cerrado, entregado a un grupo para
que lo custodie; más bien son regalos del Espíritu integrados en el cuerpo
eclesial.
131. (…) sólo Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la
multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad. En cambio, cuando somos
nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros
particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división y, por otra
parte, cuando somos nosotros quienes queremos construir la unidad con nuestros
planes humanos, terminamos por imponer la uniformidad, la homologación.
II. La
homilía
135. (…) La homilía puede ser realmente una
intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la
Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento.
136. (…) que se funda en la convicción de que es
Dios quien quiere llegar a los demás a través del predicador.
137. (…) en el contexto de la asamblea
eucarística, no es tanto un momento de meditación y de catequesis, sino que es
el diálogo de Dios con su pueblo, en el cual son proclamadas las maravillas de
la salvación y propuestas siempre de nuevo las exigencias de la alianza.
138. (…) debe ser breve y evitar parecerse a una
charla o una clase.
143. (…) El predicador tiene la hermosísima y
difícil misión de aunar los corazones que se aman, el del Señor y los de su
pueblo (…) los corazones de los creyentes (…) quieren que alguien haga de
instrumento y exprese los sentimientos, de manera tal que después cada uno
elija por dónde sigue su conversación.
III. La
preparación de la predicación
146. (…) la preparación de la predicación requiere amor. Uno sólo le
dedica un tiempo gratuito y sin prisa a las cosas o a las personas que ama; y
aquí se trata de amar a Dios que ha querido hablar.
159. (…) una predicación positiva siempre da esperanza, orienta hacia
el futuro, no nos deja encerrados en la negatividad. ¡Qué bueno que sacerdotes,
diáconos y laicos se reúnan periódicamente para encontrar juntos los recursos
que hacen más atractiva la predicación!
160. (…) el primer anuncio debe provocar también
un camino de formación y de maduración. La evangelización también busca el
crecimiento.
161. No sería correcto interpretar este llamado
al crecimiento exclusiva o prioritariamente como una formación doctrinal. Se
trata de «observar» lo que el Señor nos ha indicado, como respuesta a su amor.
163. La educación y la catequesis están al
servicio de este crecimiento.
164. (…) El kerigma es trinitario. Es el fuego del Espíritu (…)
En la boca del catequista vuelve a resonar siempre el primer anuncio:
«Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada
día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte».
165. (…) La centralidad del kerigma demanda ciertas características del anuncio
que hoy son necesarias en todas partes: que exprese el amor salvífico de Dios
previo a la obligación moral y religiosa, que no imponga la verdad y que apele
a la libertad, que posea unas notas de alegría, estímulo, vitalidad, y una
integralidad armoniosa que no reduzca la predicación a unas pocas doctrinas a
veces más filosóficas que evangélicas.
167. Es bueno que toda catequesis preste una
especial atención al «camino de la belleza» (…) aliente el uso de las artes (…)
Hay que atreverse a encontrar los nuevos signos, los nuevos símbolos, una nueva
carne para la transmisión de la Palabra, las formas diversas de belleza que se
valoran en diferentes ámbitos culturales, e incluso aquellos modos no
convencionales de belleza, que pueden ser poco significativos para los
evangelizadores, pero que se han vuelto particularmente atractivos para otros.
169. (…) En este mundo (…) La Iglesia tendrá que
iniciar a sus hermanos —sacerdotes, religiosos y laicos— en este «arte del
acompañamiento».
171. Más que nunca necesitamos de hombres y
mujeres que, desde su experiencia de acompañamiento, conozcan los procesos
donde campea la prudencia, la capacidad de comprensión, el arte de esperar, la
docilidad al Espíritu, para cuidar entre todos a las ovejas que se nos confían
de los lobos que intentan disgregar el rebaño. Necesitamos ejercitarnos en el
arte de escuchar, que es más que oír.
172. (…) un buen acompañante no consiente los
fatalismos o la pusilanimidad. Siempre invita a querer curarse, a cargar la
camilla, a abrazar la cruz, a dejarlo todo, a salir siempre de nuevo a anunciar
el Evangelio.
175. (…) La evangelización requiere la
familiaridad con la Palabra de Dios y esto exige a las diócesis, parroquias y a
todas las agrupaciones católicas, proponer un estudio serio y perseverante de
la Biblia, así como promover su lectura orante personal y comunitaria.
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