Encíclica del papa Francisco,
29 junio 2013.
Resumen literal de los cap 1
y 2.
1. La luz de la fe: la
tradición de la Iglesia ha indicado con esta expresión el gran don traído por
Jesucristo, que en el Evangelio de san Juan se presenta con estas palabras: «Yo he
venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas»
(Jn 12, 46). También san Pablo se expresa en los mismos términos: «Pues el Dios que dijo: “Brille la luz del seno de las tinieblas”, ha brillado en nuestros corazones» (2
Co 4, 6). En el mundo pagano, hambriento de luz, se había desarrollado el culto
al Sol, al Sol invictus, invocado a
su salida. Pero, aunque renacía cada día, resultaba claro que no podía irradiar
su luz sobre toda la existencia del hombre…
2. Sin embargo, al hablar de
la fe como luz, podemos oír la objeción de muchos contemporáneos nuestros. En
la época moderna se ha pensado que esa luz podía bastar para las sociedades
antiguas, pero que ya no sirve para los tiempos nuevos, para el hombre adulto,
ufano de su razón, ávido de explorar el futuro de una nueva forma. En este
sentido, la fe se veía como una luz ilusoria, que impedía al hombre seguir la
audacia del saber.
3. (…) La fe se ha visto así
como un salto que damos en el vacío, por falta de luz, movidos por un
sentimiento ciego; o como una luz subjetiva, capaz quizá de enardecer el
corazón, de dar consuelo privado, pero que no se puede proponer a los demás
como luz objetiva y común para alumbrar el camino.
4. (…) como Jesús ha resucitado
y nos atrae más allá de la muerte, la fe es luz que viene del futuro, que nos
desvela vastos horizontes, y nos lleva más allá de nuestro «yo» aislado, hacia
la más amplia comunión. Nos damos cuenta, por tanto, de que la fe no habita en
la oscuridad, sino que es luz en nuestras tinieblas.
5. El Señor, antes de su
pasión, dijo a Pedro: «He pedido por ti, para que tu fe no se
apague» (Lc 22,32). Y luego le pidió que confirmase a sus hermanos en
esa misma fe. Consciente de la tarea confiada al Sucesor de Pedro, Benedicto
XVI decidió convocar este Año de la fe, un tiempo de gracia que nos está
ayudando a sentir la gran alegría de creer, a reavivar la percepción de la
amplitud de horizontes que la fe nos desvela, para confesarla en su unidad e
integridad (…) una fe que hace grande y plena la vida, centrada en Cristo y en
la fuerza de su gracia, animaba la misión de los primeros cristianos.
6. El Año de la fe ha
comenzado en el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II (…) que
(…) ha hecho que la fe brille dentro de la experiencia humana, recorriendo así
los caminos del hombre contemporáneo. De este modo, se ha visto cómo la fe
enriquece la existencia humana en todas sus dimensiones.
8. La fe nos abre el camino y
acompaña nuestros pasos a lo largo de la historia.
11. El Dios que pide a
Abrahán que se fíe totalmente de él, se revela como la fuente de la que
proviene toda vida (…) Para Abrahán, la fe en Dios ilumina las raíces más
profundas de su ser, le permite reconocer la fuente de bondad que hay en el
origen de todas las cosas, y confirmar que su vida no procede de la nada o la
casualidad, sino de una llamada y un amor personal.
12. En el libro del Éxodo, la
historia del pueblo de Israel sigue la estela de la fe de Abrahán (…) Para
Israel, la luz de Dios brilla a través de la memoria de las obras realizadas
por el Señor, conmemoradas y confesadas en el culto, transmitidas de padres a
hijos. Aprendemos así que la luz de la fe está vinculada al relato concreto de
la vida, al recuerdo agradecido de los beneficios de Dios y al cumplimiento
progresivo de sus promesas.
13. Por otro lado, la
historia de Israel también nos permite ver cómo el pueblo ha caído tantas veces
en la tentación de la incredulidad (…) Ante el ídolo, no hay riesgo de una
llamada que haga salir de las propias seguridades, porque los ídolos «tienen boca y no hablan» (Sal 115, 5).
Vemos entonces que el ídolo es un pretexto para ponerse a sí mismo en el centro
de la realidad, adorando la obra de las propias manos (…) la idolatría es
siempre politeísta, ir sin meta alguna de un señor a otro. La idolatría no
presenta un camino, sino una multitud de senderos, que no llevan a ninguna
parte, y forman más bien un laberinto.
15. «Abrahán (…) saltaba de gozo
pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría» (Jn 8,56). Según
estas palabras de Jesús, la fe de Abrahán estaba orientada ya a él; en cierto
sentido, era una visión anticipada de su misterio. Así lo entiende san Agustín,
al afirmar que los patriarcas se salvaron por la fe, pero no la fe en el Cristo
ya venido, sino la fe en el Cristo que había de venir, una fe en tensión hacia
el acontecimiento futuro de Jesús (Cf. In Ioh. Evang., 45, 9: PL 35, 1722-1723).
(…)
Si Israel recordaba las grandes muestras de amor de Dios, que constituían el
centro de su confesión y abrían la mirada de su fe, ahora la vida de Jesús se
presenta como la intervención definitiva de Dios, la manifestación suprema de
su amor por nosotros.
18. (…) Para la fe, Cristo no es sólo aquel en quien
creemos, la manifestación máxima del amor de Dios, sino también aquel con quien
nos unimos para poder creer. La fe no sólo mira a Jesús, sino que mira desde el
punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver.
En muchos ámbitos de la vida confiamos en otras personas que conocen las cosas
mejor que nosotros. Tenemos confianza en el arquitecto que nos construye la
casa, en el farmacéutico que nos da la medicina para curarnos, en el abogado
que nos defiende en el tribunal. Tenemos necesidad también de alguien que sea
fiable y experto en las cosas de Dios. Jesús, su Hijo, se presenta como aquel
que nos explica a Dios (cf. Jn 1,18).
(…)
La fe cristiana es fe en la encarnación del Verbo y en su resurrección en la
carne; es fe en un Dios que se ha hecho tan cercano, que ha entrado en nuestra
historia. La fe en el Hijo de Dios hecho hombre en Jesús de Nazaret no nos
separa de la realidad, sino que nos permite captar su significado profundo,
descubrir cuánto ama Dios a este mundo y cómo lo orienta incesantemente hacía
sí; y esto lleva al cristiano a comprometerse, a vivir con mayor intensidad
todavía el camino sobre la tierra.
22. (…) La fe tiene una
configuración necesariamente eclesial, se confiesa dentro del cuerpo de Cristo,
como comunión real de los creyentes (…) La fe no es algo privado, una
concepción individualista, una opinión subjetiva, sino que nace de la escucha y
está destinada a pronunciarse y a convertirse en anuncio.
24. (…) el hombre tiene
necesidad de conocimiento, tiene necesidad de verdad, porque sin ella no puede
subsistir, no va adelante. La fe, sin verdad, no salva, no da seguridad a
nuestros pasos. Se queda en una bella fábula, proyección de nuestros deseos de
felicidad, algo que nos satisface únicamente en la medida en que queramos hacernos
una ilusión. O bien se reduce a un sentimiento hermoso, que consuela y
entusiasma, pero dependiendo de los cambios en nuestro estado de ánimo o de la
situación de los tiempos, e incapaz de dar continuidad al camino de la vida.
25. Recuperar la conexión de
la fe con la verdad es hoy aun más necesario, precisamente por la crisis de
verdad en que nos encontramos (…) ¿No ha sido esa verdad —se preguntan— la que
han pretendido los grandes totalitarismos del siglo pasado, una verdad que
imponía su propia concepción global para aplastar la historia concreta del
individuo? Así, queda sólo un relativismo en el que la cuestión de la verdad
completa, que es en el fondo la cuestión de Dios, ya no interesa. En esta
perspectiva, es lógico que se pretenda deshacer la conexión de la religión con
la verdad, porque este nexo estaría en la raíz del fanatismo, que intenta
arrollar a quien no comparte las propias creencias.
34. La luz del amor, propia de la fe, puede iluminar
los interrogantes de nuestro tiempo en cuanto a la verdad. A menudo la verdad
queda hoy reducida a la autenticidad subjetiva del individuo, válida sólo para
la vida de cada uno. Una verdad común nos da miedo, porque la identificamos con
la imposición intransigente de los totalitarismos (…) La verdad de un amor no
se impone con la violencia, no aplasta a la persona. Naciendo del amor puede
llegar al corazón, al centro personal de cada hombre.
(…) Por otra
parte, la luz de la fe, unida a la verdad del amor, no es ajena al mundo
material, porque el amor se vive siempre en cuerpo y alma... Ilumina incluso la
materia--. La mirada de la ciencia se beneficia así de la fe: ésta invita al
científico a estar abierto a la realidad, en toda su riqueza inagotable. La fe
despierta el sentido crítico... Invitando a maravillarse ante el misterio de la
creación, la fe ensancha los horizontes de la razón para iluminar mejor el
mundo que se presenta a los estudios de la ciencia.
35. La luz de la fe en Jesús ilumina también el camino
de todos los que buscan a Dios, y constituye la aportación propia del
cristianismo al diálogo con los seguidores de las diversas religiones (…) El
hombre religioso intenta reconocer los signos de Dios en las experiencias
cotidianas de su vida, en el ciclo de las estaciones, en la fecundidad de la
tierra y en todo el movimiento del cosmos. Dios es luminoso, y se deja
encontrar por aquellos que lo buscan con sincero corazón.
Imagen de
esta búsqueda son los Magos, guiados por la estrella hasta Belén (cf. Mt 2,1-12).
36. Al tratarse de una luz, la fe nos invita a
adentrarnos en ella, a explorar cada vez más los horizontes que ilumina, para
conocer mejor lo que amamos. De este deseo nace la teología cristiana (…) que
busca la inteligencia más profunda de la autorrevelación de Dios, cuyo culmen
es el misterio de Cristo.
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