Cirilo y Metodio, modelos de evangelización
Resumen literal de la encíclica Slavorum apostoli (2-VI-1985) de Juan
Pablo II en memoria de su obra evangelizadora con los eslavos.
Los
apóstoles de los eslavos, santos Cirilo y Metodio, permanecen en la memoria de
la Iglesia junto a la gran obra de evangelización que realizaron. Con la Carta
Apostólica del 31 de diciembre de 1980[1],
proclamé a los santos Cirilo y Metodio co-patronos de Europa. El documento de
hace cinco años está inspirado por la firme esperanza de una superación gradual
en Europa y en el mundo de todo aquello que divide a las Iglesias, a las
naciones y a los pueblos. Tres circunstancias constituyeron objeto de mi
oración y reflexión: El XI centenario de la Carta pontificia con la que Juan
VIII, en el año 800, aprobó el uso de la lengua eslava en la Liturgia; el primer
centenario de la Encíclica de León XIII, del 30 de septiembre de 1880, y el
comienzo, precisamente el año 1980, del feliz y prometedor diálogo teológico
entre la Iglesia Católica y las Iglesias Ortodoxas en la isla de Patmos.
Deseo recordar la vida de san Metodio, sin omitir por eso
las vicisitudes de su hermano san Cirilo. La ciudad que vio nacer a los dos
hermanos es la actual Salónica. Metodio era el hermano mayor que alcanzó el
cargo de arconte, o sea de gobernador en una de las provincias fronterizas. Sin
embargo, hacia el año 840 la abandonó para retirarse a uno de los monasterios
situados en la falda del monte Olimpo –en Bitinia-, conocido bajo el nombre de
Sagrada Montaña.
Su
hermano Cirilo siguió con provecho estudios en Bizancio. Por sus excepcionales
cualidades y conocimientos culturales y religiosos le fueron confiados, siendo
todavía joven, delicadas tareas eclesiásticas. Más tarde fue enviado por el
Emperador y el Patriarca a realizar una misión ante los sarracenos. Finalizada
con éxito la misión, se retiró de la vida pública para reunirse con su hermano
mayor y compartir con él la vida monástica.
El
hecho que debía decidir totalmente el curso de su vida, fue la petición hecha
por el príncipe Rastilao de la Gran Moravia al Emperador Miguel III. Cirilo y
Metodio aceptan la misión. Llevan consigo los textos de la Sagrada Escritura,
indispensables para la celebración de la sagrada Liturgia, preparados y
traducidos por ellos mismos a la lengua paleoeslava y escritos con un nuevo
alfabeto. Su itinerario pasa por Venecia donde son sometidas a público debate
las primicias innovadoras de la misión. También el nuevo soberano de la Gran
Moravia, el príncipe Svatopluk, se muestra contrario, oponiéndose a la Liturgia
eslava e insinuando en Roma ciertas dudas sobre la ortodoxia del nuevo
arzobispo.
La acción previsora, la doctrina profunda y ortodoxa, el
equilibrio, la lealtad, el celo apostólico, la magnanimidad intrépida, granjearon
a Metodio el reconocimiento y la confianza de Pontífices Romanos, de Patriarcas
Constatinopolitanos, de Emperadores bizantinos y de diversos Príncipes de los
nuevos pueblos eslavos. Por eso, hombres y mujeres, humildes y poderosos, ricos
y pobres, libres y siervos, viudas y huérfanos, extranjeros y gentes del lugar,
sanos y enfermos, formaban muchedumbre que, entre lágrimas y cantos,
acompañaban al sepulcro al buen Maestro y Pastor, que se había hecho «todo para
todos para salvarlos a todos».
Los hermanos Cirilo y Metodio, bizantinos de cultura,
supieron hacerse apóstoles de los eslavos en el pleno sentido de la palabra. El
Príncipe Rastislao testimonia en carta al Emperador Miguel III que “han llegado hasta nosotros numerosos
maestros cristianos de Italia, de Grecia y de Alemania… pero nosotros no
tenemos a nadie que nos guíe a la verdad y nos instruya de un modo comprensible”.
Entonces es cuando Constantino y Metodio fueron invitados a partir. Para
tal fin quisieron hacerse semejantes en todo a los que llevaban el Evangelio;
quisieron ser parte de aquellos pueblos y compartir en todo su suerte. Precisamente
por tal motivo, defendían la propia identidad bajo la presión militar y cultural
del nuevo Imperio. Era a la vez el comienzo de unas divergencias más profundas
entre la cristiandad oriental y la occidental. Supieron mantener siempre una
recta ortodoxia y una atención coherente, tanto al depósito de la tradición
como a las novedades del estilo. Se prefijaron el cometido de comprender y
penetrar la lengua, las costumbres y tradiciones propias de los pueblos eslavos.
Para traducir las verdades evangélicas a una nueva lengua,
se preocuparon por conocer bien el mundo interior de aquellos a los que tenían
intención de anunciar la Palabra de Dios. Se habían preocupado en crear un
nuevo alfabeto para que las verdades pudieran ser escritas en la lengua eslava;
opción generosa de identificarse con su misma vida y tradición, después de
haberlas purificado e iluminado con la Revelación. No tuvieron pues miedo de usar
la lengua eslava por amor a la justicia.
El
cristianismo occidental, después de las migraciones de los pueblos nuevos,
había amalgamado con las poblaciones latinas los grupos étnicos llegados, con
la intención de unirlos, extendiendo a todos la lengua, la liturgia y la
cultura latina. Uniformidad, sentimiento de fuerza y compactibilidad. Resulta a
sí singular y admirable, cómo los santos hermanos no impusieran a los pueblos
ni siquiera la indiscutible superioridad de la lengua griega y de la cultura bizantina,
o los usos y comportamientos de la sociedad más avanzada.
Habiendo
iniciado su misión por mandato de Constantinopla, buscaron fuese confirmada
dirigiéndose a la Sede Apostólica de Roma, centro visible de la unidad de la
Iglesia… No parece nada anacrónico ver a los santos Cirilo y Metodio auténticos
precursores del ecumenismo. La ferviente solicitud demostrada por ambos por
conservar la unidad entre las Iglesias, entre la Iglesia de Constantinopla y la
Iglesia Romana y las iglesias nacientes, será siempre un gran mérito.
Para la Iglesia de hoy es también muy expresivo e
instructivo el método catequético y pastoral que ellos aplicaron. La Iglesia,
introduciendo el reino de Dios, no disminuye el bien temporal de ningún pueblo;
antes, al contrario, lo fomenta y asume, y al asumirlo, purifica, fortalece y
eleva todas las capacidades y riquezas y costumbres de los pueblos. En virtud
de esta catolicidad, cada una de las partes colabora con sus dones propios. La
catolicidad de la Iglesia, sentida como una sinfonía de las diversas liturgias
en todas las lenguas del mundo, como un coro armonioso desde cualquier punto de
nuestro globo, en cada momento de la historia, corresponde a la visión teológica
y pastoral que inspiró su misión entre los eslavos. En Venecia, apegados a un
concepto más bien angosto, eran contarios a esta visión. Recordando que Dios
hace salir el sol y hace caer la lluvia sobre todos los hombres sin excepción,
tres lenguas (hebreo, griego y latín) habían decidido que todos los demás
pueblos y razas quedaran ciegos y sordos.
La Iglesia es también católica porque sabe presentar en cada
contexto humano la verdad revelada de manera que se haga accesible a los modos
y a las justas aspiraciones de cada hombre y de cada pueblo. El Evangelio no
lleva al empobrecimiento o desaparición de todo lo que cada hombre, pueblo y
nación, y cada cultura en la historia, reconocen y realizan como bien, verdad,
belleza. La catolicidad no es algo estático, fuera del dato histórico y de una
uniformidad sin relieve. La catolicidad de la Iglesia se manifiesta también en
la corresponsabilidad activa y en la colaboración generosa en todas partes,
uniendo y elevando todo valor humano auténtico en cualquier área geográfica y
en cualquier situación histórica.
La primera evangelización de los eslavos alcanzó territorios
de la Gran Moravia, abarcó regiones de la metrópoli, Moravia, Eslovaquia y
Panonia, una parte de la actual Hungría. El primer príncipe histórico de
Bohemia, de la dinastía de los Premyslidi, Bozyvoj (Borivoj), fue bautizado
probablemente según el rito eslavo. Sin embargo desde el momento de la caída de
la Gran Moravia (905 o 906 aproximadamente), a este rito le sustituyó el rito
latino y Bohemia fue puesta eclesiásticamente bajo la jurisdicción del Obispo de
Ratisbona y de la metrópoli de Salzburgo. Aún a mediados del siglo X, en
tiempos de san Wenceslao, existía una compenetración recíproca de elementos de
ambos ritos con una avanzada simbiosis de las dos lenguas usadas en la
liturgia. El bautismo de Polonia fue en el año 966, en la persona del primer
soberano histórico Mieszko, que se casó con la princesa bohema Dubravka, y tuvo
lugar por medio de ella.
Entre
los eslavos de la península Balcánica, la solicitud de los santos hermanos fructificó
de modo aún más visible principalmente a través de los discípulos. Expulsados
del primer territorio de actividad, la misión se consolidó y desarrolló
maravillosamente en Bulgaria. Desde aquí el cristianismo pasó a otros
territorios hasta llegar, a través de la vecina Rumania, a la antigua Rus’ de
Kiev y se extendió luego desde Moscú hacia el Oriente. Dentro de algunos años
–precisamente en el 1988- se cumplirá el milenario del bautismo de san
Vladimiro el Grande, príncipe de Kiev.
Su obra constituye una contribución eminente para la
formación de las raíces cristianas de Europa, de las que no puede prescindir
todo intento serio por recomponer de modo nuevo y actual la unidad del
continente… Para nosotros, son paladines y a la vez patronos en el esfuerzo
ecuménico, unión que no es absorción ni tampoco fusión… Ser cristiano significa
ser artífice de comunión en la Iglesia y en la sociedad.
Saludamos el undécimo centenario de la muerte de san Metodio
que dio ejemplo de una vocación fecunda. Su glorioso tránsito en la primavera
del año 885 de la Encarnación de Cristo (y según el cómputo bizantino del
tiempo, en el año 6.369 de la creación del mundo), tuvo lugar en un período en
que inquietantes nubes se cernían sobre Constantinopla y tensiones hostiles
amenazaban cada vez más la tranquilidad y la vida de las naciones. En su
catedral, rebosante de fieles de diversas estirpes, los discípulos de san
Metodio tributaron un solemne homenaje al difunto Pastor por el mensaje de
salvación, de paz y de reconciliación que había llevado y al que había dedicado
toda su vida. Celebraron un oficio sagrado en latín, griego y eslavo.
Oh Dios grande, uno en la Trinidad, yo te entrego el legado
de la fe de las naciones eslavas: conserva y bendice esta obra tuya… Es
indispensable remontarse al pasado para comprender, bajo su luz, la realidad
actual y vislumbrar el mañana. ¡El futuro! Por más que pueda aparecer
humanamente grávido de amenazas e incertidumbres, lo ponemos con confianza en
tus manos, Padre celestial, invocando la intercesión de la Madre de tu Hijo y
Madre de la Iglesia; y también la de tus apóstoles Pedro y Pablo y la de los
santos Benito, Cirilo, Metodio, la de Agustín y Bonifacio, y la de todos los
evangelizadores de Europa... Amén.
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