Resumen literal de la Carta Apostólica PORTA
FIDEI de Benedicto XVI con la que se convoca el “Año de la Fe”.
1. «La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27)… está
siempre abierta para nosotros... Atravesar esa puerta supone emprender un
camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6,
4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con
el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús
que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a
cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22).
2. (…) «La Iglesia en su conjunto, y en ella sus
pastores, como Cristo han de ponerse en camino para rescatar a los hombres del
desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de
Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud»
[1].
Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias
sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen
considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este
presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es
negado [2].
3. No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz
permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-16). Como la samaritana, también el
hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para
escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de
su fuente (cf. Jn 4, 14).
4. A la luz de todo esto, he decidido convocar un Año
de la fe. Comenzará el 11 de octubre de 2012, en el cincuenta aniversario
de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará en la solemnidad de
Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013. En la fecha del 11 de
octubre de 2012, se celebrarán también los veinte años de la publicación del Catecismo
de la Iglesia Católica, promulgado por mi Predecesor, el beato Papa Juan
Pablo II, (…) auténtico fruto del Concilio Vaticano II,
fue querido por el Sínodo Extraordinario de los Obispos de 1985 [4]...
Y precisamente he convocado la Asamblea General del Sínodo de los Obispos, en
el mes de octubre de 2012, sobre el tema de La nueva evangelización para la
transmisión de la fe cristiana. Será… un tiempo de especial reflexión y
redescubrimiento de la fe.
(…) Mi venerado Predecesor, el Siervo de Dios Pablo VI,
proclamó uno parecido en 1967... Lo concibió como un momento solemne para que
en toda la Iglesia se diese «una auténtica y sincera profesión de la misma fe»;
además, quiso que ésta fuera confirmada de manera «individual y colectiva,
libre y consciente, interior y exterior, humilde y franca» [5].
5. (…) He pensado que iniciar el Año de la fe
coincidiendo con el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II
puede ser una ocasión propicia para comprender que los textos dejados en
herencia por los Padres conciliares, según las palabras del beato Juan Pablo
II, «no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera
apropiada y que sean conocidos y asimilados (…) Siento más que nunca el deber
de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha
beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula
segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza»
[9].
6. La renovación de la Iglesia pasa también a través
del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia
en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer
la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó. Precisamente el Concilio, en
la Constitución dogmática Lumen gentium, afirmaba: «Mientras que
Cristo, “santo, inocente, sin mancha” (Hb 7, 26)…, la Iglesia, abrazando
en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de
purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación (…) Se siente
fortalecida con la fuerza del Señor resucitado para poder superar con paciencia
y amor todos los sufrimientos y dificultades, tanto interiores como exteriores,
y revelar en el mundo el misterio de Cristo, aunque bajo sombras, sin embargo,
con fidelidad hasta que al final se manifieste a plena luz»
[11].
(…) En la medida de su disponibilidad libre, los
pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se
purifican y transforman lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse
totalmente en esta vida. La «fe que actúa por el amor» (Ga 5, 6) se
convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la
vida del hombre (cf. Rm 12, 2; Col 3, 9-10; Ef 4, 20-29; 2Co
5, 17).
7. «Caritas Christi urget nos» (2Co 5,
14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a
evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del mundo para
proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19)…
El compromiso misionero de los creyentes saca fuerza y vigor del descubrimiento
cotidiano de su amor, que nunca puede faltar.
9. Deseamos que este Año suscite en todo
creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada
convicción, con confianza y esperanza. Será también una ocasión propicia para
intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo
particular en la Eucaristía... Al mismo tiempo, esperamos que el testimonio
de vida de los creyentes sea cada vez más creíble. Redescubrir los contenidos
de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada [15],
y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo
creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año.
(…) Profesar con la boca indica, a su vez, que la fe
implica un testimonio y un compromiso público (…) La misma profesión de fe es
un acto personal y al mismo tiempo comunitario.
(…) Por otra parte, no podemos olvidar que muchas
personas en nuestro contexto cultural, aún no reconociendo en ellos el don de
la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su
existencia y del mundo. Esta búsqueda es un auténtico «preámbulo» de la fe, porque
lleva a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios.
11. (…) Precisamente en este horizonte, el Año de
la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los
contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en
el Catecismo de la Iglesia Católica.
12. (…) la fe está sometida más que en el pasado a una
serie de interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo
hoy, reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros científicos y
tecnológicos. Pero la Iglesia nunca ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe
y la verdadera ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por
caminos distintos, tienden a la verdad [22].
13. (…) Durante este tiempo, tendremos la mirada fija
en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hb 12, 2): en él
encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano.
(…) Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y
creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su
entrega (cf. Lc 1, 38)… Con fe, María saboreó los frutos de la
resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cf. Lc
2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para
recibir el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14; 2, 1-4).
Por la fe, los Apóstoles dejaron todo para seguir al
Maestro (cf. Mt 10, 28) (…) Por la fe, fueron por el mundo entero,
siguiendo el mandato de llevar el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16,
15) y, sin temor alguno, anunciaron a todos la alegría de la resurrección, de
la que fueron testigos fieles.
(…) Por la fe, los mártires entregaron su vida como
testimonio de la verdad del Evangelio (…) Por la fe, hombres y mujeres han
consagrado su vida a Cristo, dejando todo para vivir en la sencillez evangélica
la obediencia, la pobreza y la castidad, signos concretos de la espera del
Señor que no tarda en llegar. Por la fe, muchos cristianos han promovido
acciones en favor de la justicia, para hacer concreta la palabra del Señor, que
ha venido a proclamar la liberación de los oprimidos y un año de gracia para
todos (cf. Lc 4, 18-19).
Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos
nombres están escritos en el libro de la vida (cf. Ap 7, 9; 13, 8), han
confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús allí
donde se les llamaba a dar testimonio de su ser cristianos: en la familia, la
profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se
les confiaban.
14. El Año de la fe será también una buena
oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. San Pablo nos
recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero
la mayor de ellas es la caridad» (1Co 13, 13)… La fe sin la caridad no
da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de
la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la
otra seguir su camino.
15. (…) Tratando de percibir los signos de los tiempos
en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo
vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Lo que el mundo necesita
hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la
mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y
la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene
fin.
(…) Nosotros creemos con firme certeza que el Señor
Jesús ha vencido el mal y la muerte. Con esta segura confianza nos encomendamos
a él: presente entre nosotros, vence el poder del maligno (cf. Lc 11,
20), y la Iglesia, comunidad visible de su misericordia, permanece en él como
signo de la reconciliación definitiva con el Padre.
Confiemos a la Madre de Dios, proclamada
«bienaventurada porque ha creído» (Lc 1, 45), este tiempo de gracia.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el
11 de octubre del año 2011, séptimo de mi Pontificado.
BENEDICTO XVI
No hay comentarios:
Publicar un comentario