MENSAJE DEL CONCILIO VATICANO II
7 de diciembre de 1965
Finalmente,
es a vosotros, jóvenes de uno y otro sexo del mundo entero, a quienes el
Concilio quiere dirigir su último mensaje. Porque sois vosotros los que vais a
recibir la antorcha de manos de vuestros mayores y a vivir en el mundo en el
momento de las más gigantescas transformaciones de su historia. Sois vosotros
los que, recogiendo lo mejor del ejemplo y de las enseñanzas de vuestros padres
y de vuestros maestros vais a formar la sociedad de mañana; os salvaréis o
pereceréis con ella.
La
Iglesia, durante cuatro años, ha trabajado para rejuvenecer su rostro, para
responder mejor a los designios de su fundador, el gran viviente, Cristo,
eternamente joven. Al final de esa impresionante «reforma de vida» se vuelve a
vosotros. Es para vosotros los jóvenes, sobre todo para vosotros, porque la
Iglesia acaba de alumbrar en su Concilio una luz, luz que alumbrará el
porvenir.
La
Iglesia está preocupada porque esa sociedad que vais a constituir respete la
dignidad, la libertad, el derecho de las personas, y esas personas son las
vuestras.
Está
preocupada, sobre todo, porque esa sociedad deje expandirse su tesoro antiguo y
siempre nuevo: la fe, y porque vuestras almas se puedan sumergir libremente en
sus bienhechoras claridades. Confía en que encontraréis tal fuerza y tal gozo
que no estaréis tentados, como algunos de vuestros mayores, de ceder a la
seducción de las filosofías del egoísmo o del placer, o a las de la
desesperanza y de la nada, y que frente al ateísmo, fenómeno de cansancio y de
vejez, sabréis afirmar vuestra fe en la vida y en lo que da sentido a la vida:
la certeza de la existencia de un Dios justo y bueno.
En
el nombre de este Dios y de su hijo, Jesús, os exhortamos a ensanchar vuestros
corazones a las dimensiones del mundo, a escuchar la llamada de vuestros
hermanos y a poner ardorosamente a su servicio vuestras energías. Luchad contra
todo egoísmo. Negaos a dar libre curso a los instintos de violencia y de odio,
que engendran las guerras y su cortejo de males. Sed generosos, puros,
respetuosos, sinceros. Y edificad con entusiasmo un mundo mejor que el de
vuestros mayores.
La
Iglesia os mira con confianza y amor. Rica en un largo pasado, siempre vivo en
ella, y marchando hacia la perfección humana en el tiempo y hacia los objetivos
últimos de la historia y de la vida, es la verdadera juventud del mundo. Posee
lo que hace la fuerza y el encanto de la juventud: la facultad de alegrarse con
lo que comienza, de darse sin recompensa, de renovarse y de partir de nuevo
para nuevas conquistas. Miradla y veréis en ella el rostro de Cristo, el héroe
verdadero, humilde y sabio, el Profeta de la verdad y del amor, el compañero y
amigo de los jóvenes. Precisamente en nombre de Cristo os saludamos, os
exhortamos y os bendecimos.

No hay comentarios:
Publicar un comentario