El amor en la creación y en la
historia de la humanidad
Resumen
literal de la 1ª parte de la Encíclica Deus caritas est de Benedicto XVI
(25-XII-2005).
1. «Dios
es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1Jn
4, 16). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con
claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y
también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo
versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la
existencia cristiana: «Nosotros hemos
conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él».
Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción
fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o
una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona,
que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva…
(…) En un mundo en el cual a veces se relaciona el nombre de
Dios con la venganza o incluso con la obligación del odio y la violencia, éste
es un mensaje de gran actualidad y con un significado muy concreto…
2. El amor de Dios por nosotros es una
cuestión fundamental para la vida y plantea preguntas decisivas sobre quién es
Dios y quiénes somos nosotros... El término «amor» se ha convertido hoy en una
de las palabras más utilizadas y también de las que más se abusa, a la cual
damos acepciones totalmente diferentes. Aunque (…) no podemos hacer caso omiso
del significado que tiene este vocablo en las diversas culturas y en el
lenguaje actual.
(…) se habla de amor a la patria, de
amor por la profesión o el trabajo, de amor entre amigos, entre padres e hijos,
entre hermanos y familiares, del amor al prójimo y del amor a Dios. Sin embargo
destaca, como arquetipo por excelencia, el amor entre el hombre y la mujer, en
el cual intervienen inseparablemente el cuerpo y el alma, y en el que se le
abre al ser humano una promesa de felicidad que parece irresistible...
3. Los antiguos griegos dieron el
nombre de eros al amor entre hombre y mujer... Digamos de antemano que
el Antiguo Testamento griego usa sólo dos veces la palabra eros,
mientras que el Nuevo Testamento nunca la emplea… El cristianismo, según Friedrich Nietzsche,
habría dado de beber al eros un veneno, el cual, aunque no le llevó a la
muerte, le hizo degenerar en vicio [1]. El filósofo alemán expresó de este modo
una apreciación muy difundida: la Iglesia, con sus preceptos y prohibiciones, ¿no convierte acaso en amargo lo más hermoso de la vida? ¿No pone quizás
carteles de prohibición precisamente allí donde la alegría, predispuesta en
nosotros por el Creador, nos ofrece una felicidad que nos hace pregustar algo
de lo divino?
4. (…) Los griegos —sin duda
análogamente a otras culturas— consideraban el eros ante todo como un
arrebato, una «locura divina» que prevalece sobre la razón, que arranca al
hombre de la limitación de su existencia y, en este quedar estremecido por una
potencia divina, le hace experimentar la dicha más alta… En el campo de las
religiones, esta actitud se ha plasmado en los cultos de la fertilidad, entre
los que se encuentra la prostitución «sagrada» que se daba en muchos templos.
El eros se celebraba, pues, como fuerza divina, como comunión con la
divinidad.
A esta forma de religión… el Antiguo Testamento se opuso con
máxima firmeza, combatiéndola como perversión de la religiosidad. No obstante,
en modo alguno rechazó con ello el eros como tal (…) puesto que la falsa
divinización del eros… lo priva de su dignidad divina y lo deshumaniza.
En efecto, las prostitutas que en el templo debían proporcionar el arrobamiento
de lo divino, no son tratadas como seres humanos y personas, sino que sirven
sólo como instrumentos para suscitar la «locura divina»: en realidad, no son
diosas, sino personas humanas de las que se abusa. Por eso, el eros
ebrio e indisciplinado no es elevación, «éxtasis» hacia lo divino, sino caída,
degradación del hombre.
5. (…) Hoy se reprocha a veces al cristianismo del pasado
haber sido adversario de la corporeidad y, de hecho, siempre se han dado
tendencias de este tipo. Pero el modo de exaltar el cuerpo que hoy constatamos
resulta engañoso. El eros, degradado a puro «sexo», se convierte en
mercancía, en simple «objeto» que se puede comprar y vender; más aún, el hombre
mismo se transforma en mercancía… de este modo considera el cuerpo y la
sexualidad solamente como la parte material de su ser, para emplearla y
explotarla de modo calculador.
7. (…) A menudo, en el debate filosófico y teológico, estas
distinciones (de la concepción bíblica y la común experiencia humana del amor)
se han radicalizado hasta el punto de contraponerse entre sí: lo típicamente
cristiano sería el amor descendente, oblativo, el agapé precisamente; la
cultura no cristiana, por el contrario, sobre todo la griega, se caracterizaría
por el amor ascendente, vehemente y posesivo, es decir, el eros.
8. (…) en el fondo, el «amor» es una única realidad, si bien
con diversas dimensiones; según los casos, una u otra puede destacar más. Pero
cuando las dos dimensiones se separan completamente una de otra, se produce una
caricatura o, en todo caso, una forma mermada del amor.
9. (…) Los profetas Oseas y Ezequiel, sobre todo, han
descrito esta pasión de Dios por su pueblo con imágenes eróticas audaces. La
relación de Dios con Israel es ilustrada con la metáfora del noviazgo y del
matrimonio; por consiguiente, la idolatría es adulterio y prostitución. Con eso
se alude concretamente —como hemos visto— a los ritos de la fertilidad con su
abuso del eros, pero al mismo tiempo se describe la relación de
fidelidad entre Israel y su Dios. La historia de amor de Dios con Israel
consiste, en el fondo, en que Él le da la Torah, es decir, abre los ojos
de Israel sobre la verdadera naturaleza del hombre y le indica el camino del
verdadero humanismo
(…) Oseas, de modo particular, nos muestra la dimensión del
agapé en el amor de Dios por el hombre, que va mucho más allá de la
gratuidad. Israel ha cometido «adulterio», ha roto la Alianza; Dios debería
juzgarlo y repudiarlo… El amor apasionado de Dios por su pueblo, por el hombre,
es a la vez un amor que perdona. Un amor tan grande que pone a Dios contra sí
mismo, su amor contra su justicia. El cristiano ve perfilarse ya en esto,
veladamente, el misterio de la Cruz.
11. (…) La narración bíblica de la creación habla de la
soledad del primer hombre, Adán, al cual Dios quiere darle una ayuda. Ninguna
de las otras criaturas puede ser esa ayuda que el hombre necesita (…) el eros
está como enraizado en la naturaleza misma del hombre; Adán se pone a buscar y
«abandona a su padre y a su madre» para unirse a su mujer; sólo ambos
conjuntamente representan a la humanidad completa, se convierten en «una sola
carne»… el eros orienta al hombre hacia el matrimonio, un vínculo
marcado por su carácter único y definitivo; así, y sólo así, se realiza su
destino íntimo. A la imagen del Dios monoteísta corresponde el matrimonio
monógamo. El matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte
en el icono de la relación de Dios con su pueblo y, viceversa, el modo de amar
de Dios se convierte en la medida del amor humano.
12. (…) Cuando Jesús habla en sus
parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca el
dracma, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se
trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y
actuar. En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al
entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma
más radical. Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla
Juan (cf. 19, 37), ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de
esta Carta encíclica: «Dios es amor»
(1Jn 4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y
a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el
cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar.
13. Jesús ha perpetuado este acto de
entrega mediante la institución de la Eucaristía durante la Última Cena (…) que
se basa en el abajamiento de Dios hacia nosotros…
14. (…) La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con
todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí;
únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán…
el Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí. Se entiende, pues, que el
agapé se haya convertido también en un nombre de la Eucaristía… Una
Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí
misma.
15. (…) el amor al prójimo no se reduce a una actitud
genérica y abstracta, poco exigente en sí misma, sino que requiere mi
compromiso práctico aquí y ahora…
16. (…) «Si alguno
dice: ‘‘amo a Dios'', y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no
ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1Jn
4, 20)… Lo que se subraya es la inseparable relación entre amor a Dios y amor
al prójimo. Ambos están tan estrechamente entrelazados, que la afirmación de
amar a Dios es en realidad una mentira si el hombre se cierra al prójimo o
incluso lo odia.
18. (…) es posible el amor al prójimo en el sentido
enunciado por Jesús. Consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo
también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede
llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios… llegando a implicar el
sentimiento (…) Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más
que cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él
necesita…
(...) Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver
siempre en el prójimo solamente al otro, sin conseguir reconocer en él la
imagen divina. Por el contrario, si en mi vida omito del todo la atención al
otro, queriendo ser sólo «piadoso» y cumplir con mis «deberes religiosos», se
marchita también la relación con Dios.
(…) Los Santos —pensemos por ejemplo en la beata Teresa de
Calcuta— han adquirido su capacidad de amar al prójimo de manera siempre
renovada gracias a su encuentro con el Señor eucarístico y, viceversa, este
encuentro ha adquirido realismo y profundidad precisamente en su servicio a los
demás. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único
mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado
primero.
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