martes, 22 de septiembre de 2020

Samaritanus bonus

Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe

sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida, 
22-IX-2020. Resumen literal.

Introducción

El Buen Samaritano que deja su camino para socorrer al hombre enfermo (cfr. Lc 10, 30-37) es la imagen de Jesucristo que encuentra al hombre necesitado de salvación y cuida de sus heridas y su dolor con «el aceite del consuelo y el vino de la esperanza». Él es el médico de las almas y de los cuerpos.

La Iglesia mira con esperanza la investigación científica y tecnológica, y ve en ellas una oportunidad favorable de servicio al bien integral de la vida y de la dignidad de todo ser humano. Sin embargo, estos progresos de la tecnología médica, si bien preciosos, no son determinantes por sí mismos (…) todo progreso en las destrezas de los agentes sanitarios reclama una creciente y sabia capacidad de discernimiento moral para evitar el uso desproporcionado y deshumanizante de las tecnologías.

I. Hacerse cargo del prójimo

(…) El sufrimiento, lejos de ser eliminado del horizonte existencial de la persona, continúa generando una inagotable pregunta por el sentido de la vida (…) Es por esto necesario partir de una atenta consideración del propio significado del cuidado, para comprender el significado de la misión específica confiada por Dios a cada persona, agente sanitario y de pastoral, así como al mismo enfermo y a su familia.

(…) De manera específica, la relación de cuidado revela un principio de justicia, en su doble dimensión de promoción de la vida humana y de no hacer daño a la persona: es el mismo principio que Jesús transforma en la regla de oro positiva «todo lo que deseáis que los demás hagan con vosotros, hacedlo vosotros con ellos» (Mt 7, 12).

(…) El Buen Samaritano, de hecho, «no sólo se acerca, sino que se hace cargo del hombre medio muerto que encuentra al borde del camino».

(…) Ciertamente, la medicina debe aceptar el límite de la muerte como parte de la condición humana. Llega un momento en el que ya no queda más que reconocer la imposibilidad de intervenir con tratamientos específicos sobre una enfermedad, que aparece en poco tiempo como mortal. Es un hecho dramático, que se debe comunicar al enfermo con gran humanidad y también con confiada apertura a la perspectiva sobrenatural, conscientes de la angustia que la muerte genera, sobre todo en una cultura que la esconde.

II. La experiencia viviente del Cristo sufriente

y el anuncio de la esperanza

Si la figura del Buen samaritano ilumina de luz nueva la práctica del cuidado, la experiencia viviente del Cristo sufriente, su agonía en la Cruz y su Resurrección, son los espacios en los que se manifiesta la cercanía del Dios hecho hombre en las múltiples formas de la angustia y del dolor, que pueden golpear a los enfermos y sus familiares, durante las largas jornadas de la enfermedad y en el final de la vida.

(…) Cristo es quien ha sentido alrededor de Él la afligida consternación de la Madre y de los discípulos, que “estaban” bajo la Cruz: en este “estar”, aparentemente cargado de impotencia y resignación, está toda la cercanía de los afectos que permite al Dios hecho hombre vivir también aquellas horas que parecen sin sentido.

(…) Releer, ahora, la experiencia viviente del Cristo sufriente significa entregar también a los hombres de hoy una esperanza capaz de dar sentido al tiempo de la enfermedad y de la muerte. Esta esperanza es el amor que resiste a la tentación de la desesperación.

III. El “corazón que ve” del Samaritano:

la vida humana es un don sagrado e inviolable

(…) Pertenece a la Iglesia el acompañar con misericordia a los más débiles en su camino de dolor, para mantener en ellos la vida teologal y orientarlos a la salvación de Dios. Es la Iglesia del Buen Samaritano, que “considera el servicio a los enfermos como parte integrante de su misión”.

(…) Específicamente, el programa del Buen Samaritano es “un corazón que ve”. Él «enseña que es necesario convertir la mirada del corazón, porque muchas veces los que miran no ven. ¿Por qué? Porque falta compasión.

IV. Los obstáculos culturales que oscurecen

el valor sagrado de toda vida humana

(…) el primero se refiere a un uso equivoco del concepto de “muerte digna” en relación con el de “calidad de vida” (…) la vida viene considerada digna solo si tiene un nivel aceptable de calidad.

(…) Un segundo obstáculo (…) es una errónea comprensión de la “compasión”.

(…) El tercer factor (…) es un individualismo creciente (...) «un neo-pelagianismo para el cual el individuo, radicalmente autónomo, pretende salvarse a sí mismo, sin reconocer que depende, en lo más profundo de su ser, de Dios y de los demás. Un cierto neo-gnosticismo, por su parte, presenta una salvación meramente interior, encerrada en el subjetivismo», que favorece la liberación de la persona de los límites de su cuerpo, sobre todo cuando está débil y enferma.

V. La enseñanza del Magisterio

1. La prohibición de la eutanasia y el suicidio asistido

2. La obligación moral de evitar el ensañamiento terapéutico

3. Los cuidados básicos: el deber de alimentación e hidratación

4. Los cuidados paliativos

5. El papel de la familia y los hospices

6. El acompañamiento y el cuidado en la edad prenatal y pediátrica

7. Terapias analgésicas y supresión de la conciencia

8. El estado vegetativo y el estado de mínima consciencia

9. La objeción de conciencia por parte de los agentes sanitarios y de las instituciones sanitarias católicas.

10. El acompañamiento pastoral y el apoyo de los sacramentos

11. El discernimiento pastoral hacia quien pide la eutanasia o el suicidio asistido

12. La reforma del sistema educativo y la formación de los agentes sanitarios

Conclusión

El misterio de la Redención del hombre está enraizado de una manera sorprendente en el compromiso amoroso de Dios con el sufrimiento humano. Por eso podemos fiarnos de Dios y trasmitir esta certeza en la fe al hombre sufriente y asustado por el dolor y la muerte.

(…) recibid en heredad el reino, porque estaba enfermo y me habéis visitado. ¿Cuándo, Señor? Todas las veces que habéis hecho esto con un hermano vuestro más pequeño, a un hermano vuestro que sufre, lo habéis hecho conmigo (cfr. Mt 25, 31-46).

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