La Eucaristía, fuente y
culmen de la vida de la Iglesia.
Resumen literal de la
Exhortación apostólica Sacramentum
caritatis (1ª parte) de Benedicto XVI (22 febrero 2007).
1. Sacramento de la caridad,
la Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos
el amor infinito de Dios por cada hombre. En este admirable Sacramento se
manifiesta el amor «más grande», aquel que impulsa a «dar la vida por los
propios amigos» (cf. Jn 15,13). En efecto, Jesús «los amó hasta el
extremo» (Jn 13,1).
2. En el Sacramento del
altar, el Señor viene al encuentro del hombre, creado a imagen y semejanza de
Dios (cf. Gn 1,27), acompañándole en su camino. En efecto, en este
Sacramento el Señor se hace comida para el hombre hambriento de verdad y
libertad.
3. (…) La XI Asamblea General
Ordinaria del Sínodo de los Obispos, celebrada del 2 al 23 de octubre de 2005
en el Vaticano, ha manifestado un profundo agradecimiento a Dios por esta
historia, reconociendo en ella la guía del Espíritu Santo. En particular, los
Padres sinodales han constatado y reafirmado el influjo benéfico que ha tenido
para la vida de la Iglesia la reforma litúrgica puesta en marcha a partir del
Concilio Ecuménico Vaticano II. El Sínodo de los Obispos ha tenido la
posibilidad de valorar cómo ha sido su recepción después de la cumbre
conciliar. Los juicios positivos han sido muy numerosos. Se han constatado
también las dificultades y algunos abusos cometidos, pero que no oscurecen el
valor y la validez de la renovación litúrgica, la cual tiene aún riquezas no
descubiertas del todo.
4. (…) Gracias a las
enseñanzas expuestas por Juan Pablo II en la Carta apostólica Mane
nobiscum Domine, y a las valiosas sugerencias de la Congregación para
el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, las diócesis y las diversas
entidades eclesiales han emprendido numerosas iniciativas para despertar y
acrecentar en los creyentes la fe eucarística, para mejorar la dignidad de las
celebraciones y promover la adoración eucarística, así como para animar una
solidaridad efectiva que, partiendo de la Eucaristía, llegara a los pobres.
Finalmente, es necesario mencionar la importancia de la última Encíclica de mi
venerado Predecesor, Ecclesia
de Eucharistia, con la que nos ha dejado una segura referencia
magisterial sobre la doctrina eucarística y un último testimonio del lugar
central que este divino Sacramento tenía en su vida.
5. (…) deseo sobre todo
recomendar, teniendo en cuenta el voto de los Padres sinodales, que el pueblo
cristiano profundice en la relación entre el Misterio eucarístico, el
acto litúrgico y el nuevo culto espiritual que se deriva de la
Eucaristía como sacramento de la caridad. En esta perspectiva, deseo
relacionar la presente Exhortación con mi primera Carta encíclica Deus
caritas est, en la que he hablado varias veces del sacramento de la
Eucaristía para subrayar su relación con el amor cristiano, tanto respecto a
Dios como al prójimo.
6. (…) la Eucaristía es
«misterio de la fe» por excelencia: «es el compendio y la suma de nuestra fe».
La fe de la Iglesia es esencialmente fe eucarística y se alimenta de modo
particular en la mesa de la Eucaristía. La fe y los sacramentos son dos
aspectos complementarios de la vida eclesial. La fe que suscita el anuncio de
la Palabra de Dios se alimenta y crece en el encuentro de gracia con el Señor
resucitado que se produce en los sacramentos: «La fe se expresa en el rito y el
rito refuerza y fortalece la fe» (…) Toda gran reforma está vinculada de algún
modo al redescubrimiento de la fe en la presencia eucarística del Señor en
medio de su pueblo.
7. La primera realidad de la
fe eucarística es el misterio mismo de Dios, el amor trinitario (…) En la
Eucaristía, Jesús no da «algo», sino a sí mismo; ofrece su cuerpo y derrama su
sangre. Entrega así toda su vida, manifestando la fuente originaria de este
amor divino. Él es el Hijo eterno que el Padre ha entregado por nosotros.
8. En la Eucaristía se revela
el designio de amor que guía toda la historia de la salvación (cf. Ef
1,10; 3,8-11). En ella, el Deus Trinitas, que en sí mismo es amor (cf. 1Jn
4,7-8), se une plenamente a nuestra condición humana. En el pan y en el vino,
bajo cuya apariencia Cristo se nos entrega en la cena pascual (cf. Lc
22,14-20; 1Co 11,23-26), nos llega toda la vida divina y se comparte con
nosotros en la forma del Sacramento. Dios es comunión perfecta de amor entre el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ya en la creación, el hombre fue llamado a
compartir en cierta medida el aliento vital de Dios (cf. Gn 2,7). Pero
es en Cristo muerto y resucitado, y en la efusión del Espíritu Santo que se nos
da sin medida (cf. Jn 3,34), donde nos convertimos en verdaderos
partícipes de la intimidad divina.
9. (…) En el Misterio pascual
se ha realizado verdaderamente nuestra liberación del mal y de la muerte. En la
institución de la Eucaristía, Jesús mismo habló de la «nueva y eterna alianza», estipulada en su sangre derramada (cf. Mt 26,28; Mc 14,24; Lc
22,20) (…) «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
Dichosos los invitados a la cena del Señor». Jesús es el verdadero cordero
pascual que se ha ofrecido espontáneamente a sí mismo en sacrificio por
nosotros, realizando así la nueva y eterna alianza. La Eucaristía contiene en
sí esta novedad radical, que se nos propone de nuevo en cada celebración.
12. Con su palabra, y con el
pan y el vino, el Señor mismo nos ha ofrecido los elementos esenciales del
culto nuevo. La Iglesia, su Esposa, está llamada a celebrar día tras día el
banquete eucarístico en conmemoración suya. Introduce así el sacrificio
redentor de su Esposo en la historia de los hombres y lo hace presente
sacramentalmente en todas las culturas. Este gran misterio se celebra en las
formas litúrgicas que la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, desarrolla en
el tiempo y en los diversos lugares. A este propósito es necesario despertar en
nosotros la conciencia del papel decisivo que desempeña el Espíritu Santo en el
desarrollo de la forma litúrgica y en la profundización de los divinos
misterios.
13. (…) El Espíritu, que
invoca el celebrante sobre los dones del pan y el vino puestos sobre el altar,
es el mismo que reúne a los fieles «en un sólo cuerpo», haciendo de ellos una
oferta espiritual agradable al Padre.
15.
La Eucaristía es, pues, constitutiva del ser y del actuar de la Iglesia (…) El
Señor Jesús, ofreciéndose a sí mismo en sacrificio por nosotros, anunció
eficazmente en su donación el misterio de la Iglesia (…) La Eucaristía se
muestra así en las raíces de la Iglesia como misterio de comunión.
Ya
en su Encíclica Ecclesia
de Eucharistia, el siervo de Dios Juan Pablo II llamó la atención sobre
la relación entre Eucaristía y communio (…) La unidad de la comunión
eclesial se revela concretamente en las comunidades cristianas y se renueva en
el acto eucarístico que las une y las diferencia en Iglesias particulares, «in
quibus et ex quibus una et unica Ecclesia catholica exsistit» (…) Subrayar
esta raíz eucarística de la comunión eclesial puede contribuir también
eficazmente al diálogo ecuménico con las Iglesias y con las Comunidades
eclesiales que no están en plena comunión con la Sede de Pedro.
16. (…) el Concilio Vaticano
II afirma que «La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento
de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano». Ella,
como dice san Cipriano, en cuanto «pueblo convocado por el unidad del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo», es sacramento de la comunión trinitaria.
30.
Si es cierto que los sacramentos son una realidad propia de la Iglesia
peregrina en el tiempo hacia la plena manifestación de la victoria de Cristo
resucitado, también es igualmente cierto que, especialmente en la liturgia
eucarística, se nos da a pregustar el cumplimiento escatológico hacia el cual
se encamina todo hombre y toda la creación (cf. Rm 8,19 ss.). El hombre
ha sido creado para la felicidad eterna y verdadera, que sólo el amor de Dios
puede dar (…) Esta meta última, en realidad, es el mismo Cristo Señor, vencedor
del pecado y la muerte, que se nos hace presente de modo especial en la
Celebración eucarística (…) El banquete eucarístico, revelando su dimensión
fuertemente escatológica, viene en ayuda de nuestra libertad en camino.
33.
(…) Y si bien es cierto que todos nosotros estamos todavía en camino hacia el
pleno cumplimiento de nuestra esperanza, esto no quita que se pueda reconocer
ya ahora, con gratitud, que todo lo que Dios nos ha dado encuentra realización
perfecta en la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra: su Asunción al
cielo en cuerpo y alma es para nosotros un signo de esperanza segura, ya que,
como peregrinos en el tiempo, nos indica la meta escatológica que el sacramento
de la Eucaristía nos hace pregustar ya desde ahora.
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