El
ejercicio del amor por parte de la Iglesia.
Resumen
literal de la 2ª parte de la Encíclica “Deus
cáritas est” de Benedicto XVI (25-XII-2005).
19. (…) Al morir en la cruz —como narra el evangelista—,
Jesús «entregó el espíritu» (cf. Jn 19, 30), preludio del don del
Espíritu Santo que otorgaría después de su resurrección (cf. Jn 20, 22)
(…) El Espíritu es también la fuerza que transforma el corazón de la comunidad
eclesial para que sea en el mundo testigo del amor del Padre, que quiere hacer
de la humanidad, en su Hijo, una sola familia.
20. (…) el amor necesita también una
organización, como presupuesto para un servicio comunitario ordenado. La
Iglesia ha sido consciente de que esta tarea ha tenido una importancia
constitutiva para ella desde sus comienzos.
22. (…) La Iglesia no puede descuidar el servicio de la
caridad, como no puede omitir los Sacramentos y la Palabra.
25.
(…) Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia
social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza
y es manifestación irrenunciable de su propia esencia [1].
(…) La Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En
esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario… la
parábola del buen samaritano sigue siendo el criterio de comportamiento y
muestra la universalidad del amor que se dirige hacia el necesitado encontrado
«casualmente» (cf. Lc 10, 31), quienquiera que sea.
26. Desde el siglo XIX se ha planteado
una objeción contra la actividad caritativa de la Iglesia, desarrollada después
con insistencia sobre todo por el pensamiento marxista. Los pobres, se dice, no
necesitan obras de caridad, sino de justicia. Las obras de caridad —la limosna—
serían en realidad un modo para que los ricos eludan la instauración de la
justicia y acallen su conciencia, conservando su propia posición social y
despojando a los pobres de sus derechos… Se debe reconocer que en esta
argumentación hay algo de verdad, pero también bastantes errores.
27. Se debe admitir que los
representantes de la Iglesia percibieron sólo lentamente que el problema de la
estructura justa de la sociedad se planteaba de un modo nuevo (…) El marxismo
había presentado la revolución mundial y su preparación como la panacea para
los problemas sociales: mediante la revolución y la consiguiente
colectivización de los medios de producción —se afirmaba en dicha doctrina—
todo iría repentinamente de modo diferente y mejor. Este sueño se ha
desvanecido. En la difícil situación en la que nos encontramos hoy, a causa
también de la globalización de la economía, la doctrina social de la Iglesia se
ha convertido en una indicación fundamental, que propone orientaciones válidas
mucho más allá de sus confines: estas orientaciones —ante el avance del
progreso— se han de afrontar en diálogo con todos los que se preocupan
seriamente por el hombre y su mundo.
28. (…) El orden justo de la sociedad y
del Estado es una tarea principal de la política. Un Estado que no se rigiera
según la justicia se reduciría a una gran banda de ladrones, dijo una vez
Agustín…
(…) La razón ha de purificarse
constantemente, porque su ceguera ética, que deriva de la preponderancia del
interés y del poder que la deslumbran, es un peligro que nunca se puede
descartar totalmente (…) Sin duda… la fe … es una fuerza purificadora para la
razón misma… En este punto se sitúa la doctrina social católica: no pretende
otorgar a la Iglesia un poder sobre el Estado. Tampoco quiere imponer a los que
no comparten la fe sus propias perspectivas y modos de comportamiento. Desea
simplemente contribuir a la purificación de la razón y aportar su propia ayuda
para que lo que es justo, aquí y ahora, pueda ser reconocido y después puesto
también en práctica.
(…) La Iglesia no puede ni debe
emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más
justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede ni debe
quedarse al margen en la lucha por la justicia. Debe insertarse en ella a
través de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales,
sin las cuales la justicia, que siempre exige también renuncias, no puede
afirmarse ni prosperar. La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino
de la política.
(…) El amor —caritas— siempre
será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por
justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor… Lo que hace falta no es
un Estado que regule y domine todo, sino que generosamente reconozca y apoye,
de acuerdo con el principio de subsidiaridad, las iniciativas que surgen de las
diversas fuerzas sociales y que unen la espontaneidad con la cercanía a los
hombres necesitados de auxilio. La Iglesia es una de estas fuerzas vivas: en
ella late el dinamismo del amor suscitado por el Espíritu de Cristo.
(…) La afirmación según la cual las
estructuras justas harían superfluas las obras de caridad, esconde una
concepción materialista del hombre: el prejuicio de que el hombre vive «sólo de
pan» (Mt 4, 4; cf. Dt 8, 3), una concepción que humilla al hombre
e ignora precisamente lo que es más específicamente humano.
31. (…) ¿cuáles son los elementos que
constituyen la esencia de la caridad cristiana y eclesial? (…) Un primer
requisito fundamental es la competencia profesional, pero por sí sola no basta.
(…) La actividad caritativa cristiana
ha de ser independiente de partidos e ideologías. No es un medio para
transformar el mundo de manera ideológica y no está al servicio de estrategias
mundanas, sino que es la actualización aquí y ahora del amor que el hombre
siempre necesita (…) Además, la caridad no ha de ser un medio en función de lo
que hoy se considera proselitismo. El amor es gratuito; no se practica para obtener otros objetivos [1]. Pero esto no significa que la acción
caritativa deba, por decirlo así, dejar de lado a Dios y a Cristo.
(…) Quien ejerce la caridad en nombre de la Iglesia
nunca tratará de imponer a los demás la fe de la Iglesia… El cristiano sabe cuándo
es tiempo de hablar de Dios y cuando es oportuno callar sobre Él, dejando que
hable sólo el amor. Sabe que Dios es amor (1Jn 4, 8) y que se hace
presente justo en los momentos en que no se hace más que amar.
32. Finalmente (…) la Iglesia, como
familia de Dios, debe ser, hoy como ayer, un lugar de ayuda recíproca y al
mismo tiempo de disponibilidad para servir también a cuantos fuera de ella
necesitan ayuda.
36. (…) el contacto vivo con Cristo es
la ayuda decisiva para continuar en el camino recto: ni caer en una soberbia
que desprecia al hombre y en realidad nada construye, sino que más bien
destruye, ni ceder a la resignación, la cual impediría dejarse guiar por el
amor y así servir al hombre.
37. Ha llegado el momento de reafirmar
la importancia de la oración ante el activismo y el secularismo de muchos
cristianos comprometidos en el servicio caritativo. Obviamente, el cristiano
que reza no pretende cambiar los planes de Dios o corregir lo que Dios ha
previsto.
38. (…) A menudo no se nos da a conocer
el motivo por el que Dios frena su brazo en vez de intervenir. Por otra parte,
Él tampoco nos impide gritar como Jesús en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
has abandonado?» (Mt 27, 46)… Nuestra protesta no quiere
desafiar a Dios, ni insinuar en Él algún error, debilidad o indiferencia. Para
el creyente no es posible pensar que Él sea impotente, o bien que «tal vez esté
dormido» (1R 18, 27).
39. (…) El amor es posible, y nosotros
podemos ponerlo en práctica porque hemos sido creados a imagen de Dios. Vivir
el amor y, así, llevar la luz de Dios al mundo: a esto quisiera invitar con
esta Encíclica.
40. Contemplemos finalmente a los
Santos, a quienes han ejercido de modo ejemplar la caridad (…) Figuras como
Francisco de Asís, Ignacio de Loyola, Juan de Dios, Camilo de Lelis, Vicente de
Paúl, Luisa de Marillac, José B. Cottolengo, Juan Bosco, Luis Orione, Teresa de
Calcuta —por citar sólo algunos nombres— siguen siendo modelos insignes de
caridad social para todos los hombres de buena voluntad.
41. Entre los Santos, sobresale María,
Madre del Señor y espejo de toda santidad (…) Ella es humilde: no quiere ser
sino la sierva del Señor (cf. Lc 1, 38. 48). Sabe que contribuye a la
salvación del mundo, no con una obra suya, sino sólo poniéndose plenamente a
disposición de la iniciativa de Dios (…) María es, en fin, una mujer que ama.
¿Cómo podría ser de otro modo? (…) Lo vemos en la delicadeza con la que en Caná
se percata de la necesidad en la que se encuentran los esposos, y lo hace presente
a Jesús.
42. (…) A su bondad materna, así como a
su pureza y belleza virginal, se dirigen los hombres de todos los tiempos y de
todas las partes del mundo en sus necesidades y esperanzas, en sus alegrías y
contratiempos, en su soledad y en su convivencia. Y siempre experimentan … el
amor inagotable que derrama desde lo más profundo de su corazón (…) María, la
Virgen, la Madre, nos enseña qué es el amor y dónde tiene su origen, su fuerza
siempre nueva. A ella confiamos la Iglesia, su misión al servicio del amor.
[1] Cf. Congregación para los
Obispos, Directorio para el ministerio pastoral de los obispos Apostolorum
Successores (22 febrero 2004), 194: Ciudad del Vaticano, 2004, 210-211.
[2] Cf. Const. past.
Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 36.
[3] Juan Pablo II, Exhort. ap.
postsinodal Christifideles laici (30 diciembre 1988), 42: AAS 81
(1989), 472.
[4] Cf. Congregación para la
Doctrina de la Fe, Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al
compromiso y la conducta de los católicos en la vida pública (24 noviembre
2003), 1: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (24 enero
2004), 6.
[5] Cf. Congregación para los
Obispos, Directorio para el ministerio pastoral de los obispos Apostolorum
Successores (22 febrero 2004), 196: Ciudad del Vaticano, 2004, 213.
No hay comentarios:
Publicar un comentario